Marcando la diferencia!!!
  Estudios
 

Soy presbiteriano de tercera generación. Hijo de un Anciano de Iglesia y de una incansable líder de la Unión Femenil presbiterial. Fui bautizado en la infancia, canté en el coro infantil, fui presidente de la sociedad de intermedios y posteriormente, líder juvenil en el ministerio de mi iglesia.

 

Me casé con la hija de un pastor presbiteriano. Fui ordenado como Pastor Presbiteriano hace algunos años y fui rector de un seminario Presbiteriano. Soy presbiteriano y amo a mi Iglesia. Creo que tenemos el mejor sistema de gobierno y de doctrina. Por todo esto, las siguientes observaciones no vienen de alguien con una animadversión hacia lo presbiteriano, sino de alguien que conoce desde adentro las cosas y anhela ver una iglesia aún más floreciente.

 

Las siguientes observaciones son el fruto de una corta, pero dinámica experiencia en la vida y el ministerio de la Iglesia Presbiteriana en México. Hablamos de tendencias y énfasis porque la realidad es fluctuante y dinámica. La realidad observada varía dependiendo de la región, la iglesia local, el liderazgo y un sin fin de factores. Sin embargo, estos diez elementos parecen ser una constante en la vida diaria de los presbiterianos de México.

 

1. Tendencia a celebrar el pasado en vez de soñar con el futuro

 

Las celebraciones de aniversarios de las iglesias y organizaciones son actividades muy regulares en las iglesias Presbiterianas. Es común escuchar de congregaciones que celebran su aniversario número 15 o 20 como congregación y hacen una gran fiesta. Lamentablemente, no pueden ver la tristeza que deberían tener por no haber llegado a ser constituidos como Iglesia en tantos años. Nuestra tendencia es celebrar el pasado y no ver hacia al futuro.

 

Por otro lado, el futuro no es tema de discusión en muchas iglesias; sobre todo el futuro a largo plazo. La reflexión y planeación de muchas Iglesias sólo llega hasta el futuro inmediato: la próxima semana, el próximo mes, y en el mejor de los casos, el próximo año. Muy pocas iglesias tienen una estrategia bien definida para afrontar el futuro y avanzar el reino de Dios.

 

El pasado es importante porque aprendemos de los aciertos y sin sabores de otros, encontramos identidad en nuestra historia y nos animamos a seguir adelante. Pero para avanzar el reino, nunca será suficiente con celebrar el pasado sin soñar con el futuro. Lo que fue, puede ser todavía mejor. Lo que ha sido, tiene que avanzar y florecer. Si queremos una iglesia diferente tenemos que cambiar esta tendencia de deleitarse sólo en el pasado. Tenemos que comenzar a soñar, planear y actuar para que las siguientes generaciones reciban una iglesia Presbiteriana mucho más sólida y fortalecida.

 

2. Énfasis en el edificio en vez del ministerio

 

A nivel nacional, existe una gran cantidad de templos presbiterianos. La iglesia tiende a estar muy centrada en el edificio. En muchas iglesias la actividad se reduce en recaudar fondos para construir un aula más o completar la remodelación de la fachada. En otras, el trabajo consiste en quién limpiará el templo, quién traerá las flores o quién podará el pasto. Por supuesto, todas estas acciones son necesarias para el buen mantenimiento de las instalaciones, pero debemos dejar de tratar al edificio como un fin en sí mismo.

 

¿Por qué necesitamos edificios? Después de todo, Dios no nos ordenó construir y mantener edificios. Los necesitamos para cumplir mejor nuestra misión: hacer discípulos. Remodelar el edificio o agregar un aula más, no es la misión de la iglesia. La misión es reconciliar a las personas con Dios; es guiarles a una relación creciente con el Padre; es avanzar el Reino hasta lo último de la tierra.

 

Lamentablemente, muchos presbiterianos pierden de vista la esencia de la misión y se centran en el edificio. En esa mentalidad, los edificios contemporáneos vienen a ser el equivalente del templo de Jerusalén. Los edificios son reverenciados casi como los israelitas, en el Antiguo Testamento, lo hacían con el templo de Jerusalén. Se exhiben listas de prohibiciones que deben observarse al entrar a los edificios.

 

El templo de Jerusalén era una especie de punto de contacto entre la dimensión celestial y la terrenal. Era como la “puerta del cielo”. En él había puesto Dios “Su Nombre”, es decir el acceso directo ante su presencia. La Biblia nos enseña que el templo era una figura o “fotografía” que apuntaba hacia Cristo. Con la venida de Cristo, la fotografía o anticipo queda en desuso. De hecho, en el año 70 D.C. el templo de Jerusalén fue derrumbado para nunca más ser reedificado. Ahora en Jesucristo está el “Nombre”. En el nombre de Jesús ahora llegamos confiadamente al Padre. En Su nombre somos salvos (Hch 4:12). Ante su nombre se dobla toda rodilla en el cielo y en la tierra (Fil 2:9). Cristo, quien tiene el “nombre”, ha venido, ya no hay necesidad de un templo como el de Jerusalén. De hecho, en la Nueva Jerusalén , no hay templo porque Dios y el cordero son el templo (Ap 21:22). Por lo tanto, seguir aferrándonos a la idea de un templo como el de Jerusalén, equivale a decir que Jesucristo es insuficiente y necesitamos todavía un lugar específico para poder tener acceso a Dios.

 

No cabe duda que los edificios donde se reúne la iglesia son importantes para el desarrollo del ministerio, pero no son equivalentes al templo de Jerusalén, ni son un fin en sí mismos. Entonces, debemos cambiar el énfasis. En vez de centrarnos en construir más y mejores templos como finalidad de la iglesia, debemos concentrarnos en fortalecer y edificar mejores ministerios, que sin duda, requerirán buenas instalaciones para desarrollarlos óptimamente.

 

3. Énfasis en la liturgia en vez de la adoración

 

Las guerras litúrgicas son algo común en la Iglesia Presbiteriana. Las controversias son variadas. ¿Cantamos sólo himnos o cantos contemporáneos? ¿Expresamos corporalmente nuestra alabanza o nos quedamos inexpresivos? ¿Cantamos con órgano o con instrumentos contemporáneos? ¿Usamos el himnario o proyectamos la letra en la pantalla? La lista sigue y sigue.

 

Sin duda, la liturgia y la adoración están ligadas. La liturgia expresa al detalle nuestras convicciones en el área de la adoración pública a Dios. La liturgia nos ayuda a crear una identidad como comunidad y provee un camino conocido para dirigir la adoración comunitaria a nuestro Dios. Pero en muchas iglesias, la liturgia ha llegado a ser el objeto de culto, desplazando al único que debe ser adorado.

 

Se nos olvida que adorar es dejar de darnos la gloria y dársela a Dios. Es exaltar a Dios por su carácter y sus obras. Es abandonar nuestros ídolos y confiar en el Dios vivo y verdadero (ver Salmo 115). Se nos olvida todo esto porque estamos concentrados en los detalles litúrgicos que muchas veces obedecen a mandamientos de hombres. Las formas y los modos vienen a sustituir la esencia y el fondo. Las preferencias personales se anteponen a lo establecido en la Escritura. La tradición humana se prefiere a la libertad que otorga la Palabra de Dios.

 

Debemos ser cuidadosos con la liturgia, pero nunca anteponerla a la adoración. Dentro del marco establecido por la Biblia , los detalles litúrgicos pueden variar de acuerdo al contexto, la cultura, las generaciones, pero la adoración al Dios vivo y verdadero siempre debe ser la misma y nuestra prioridad.

 

Muchas de las guerras litúrgicas se acabarían si tuviéramos un claro entendimiento de la adoración bíblica y el lugar de la tradición litúrgica de nuestra iglesia.

 

4. Énfasis en mantener en vez de alcanzar

 

La preocupación de muchas iglesias es mantener a los que ya están. Esto, por supuesto, no está mal. El problema empieza cuando los líderes no sueñan con los que podrían alcanzar, sino se conforman con mantener a los que ya están. Casi siempre las decisiones se toman con base en la comodidad y preferencias de los que ya son creyentes, sin desafiarlos a esforzarse a ser “todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles” (1 Co 9:22 NVI). Se habla de evangelizar y de alcanzar al perdido, pero no somos capaces de cambiar nuestras cómodas costumbres con tal de acercarnos al que necesita de Cristo.

 

No estoy sugiriendo que no evangelizamos. Por supuesto que sí lo hacemos. El problema está en que consideramos el evangelismo como algo más que hacemos en la iglesia, en vez de ser una actitud que se refleje en todo lo que hacemos.

 

Esta realidad es evidente en el descontento que producen algunos intentos de ser más sensibles con los invitados. Si proyectamos la letra de los cantos en la pantalla como una cortesía para todos los invitados que no tienen himnarios, algunos creyentes se muestran descontentos porque dicen que está mal ajustarse a los incrédulos. Dicen: “Si quieren ser cristianos, tienen que ser como nosotros y hacer lo que nosotros hacemos”. Algunos creyentes encuentran ofensiva la solicitud de ceder su asiento para algún invitado. Estacionamos nuestro automóvil en el lugar más cercano al edificio, en lugar de dejar ese lugar para algún invitado. Los sermones se preparan pensando sólo en los de casa y hablamos usando el “código” evangélico que sólo los de adentro comprenden.

 

En fin, no sabemos ser anfitriones porque tenemos la mentalidad de que la iglesia es como un club para “santos”. Nos interesa mantener el status quo del club; los pecadores vendrían a estropear nuestro club y sus prácticas tradicionales. Necesitamos romper con este falso concepto de lo que es la Iglesia. La Iglesia es la estrategia de Dios para alcanzar al mundo. Debemos ser una comunidad que atraiga a los pecadores, que reciba a los que necesitan al Señor; una comunidad que se esfuerza por compartir, con sus palabras, acciones y actitudes, las mejores noticias jamás conocidas: el Evangelio.

 

5. Tendencia a la complejidad en vez de la simplificación

 

Tal parece que intencionalmente complicamos las cosas. Aunque a veces hay buenos caminos que simplificarían ciertos trámites dentro de la iglesia, tenemos la tendencia a complicarlos. Cartas con doble copia, llenar dos formularios, esperar meses para obtener la respuesta a una petición, rechazo de buenos proyectos por causa de fallas en tecnicismos y detalles insignificantes, son algunas de las prácticas comunes que en nombre del “orden” complican el ministerio de la Iglesia.

 

Las reuniones de algunos consistorios duran horas y horas porque tienen que tomar decisiones sobre cada asunto de la Iglesia. Asuntos como el uso de las instalaciones, el color de la nueva pintura para el edificio, el uso del mobiliario o los utensilios de la cocina, bien podrían ser atendidos por personas autorizadas y habilitadas por el mismo consistorio. Esto dejaría tiempo valioso para discutir asuntos trascendentales como la dirección y la estrategia de la Iglesia para desarrollar el ministerio.

 

Por supuesto que el orden es necesario, pero el orden debe facilitar la vida, no complicarla. Debemos establecer procesos de orden que avancen el ministerio, que hagan ágil el desarrollo de los proyectos que nos lleven a cumplir nuestro propósito como iglesia.

 

6. Tendencia a la disgregación en vez de la coordinación

 

La mayoría de las iglesias presbiterianas trabajan bastante. Los diferentes ministerios y organizaciones siempre están programando eventos, cursos, retiros y todo tipo de actividades que llenan el calendario de la iglesia. Lamentablemente, la mayor parte de estos esfuerzos están disgregados en vez de coordinados. Cada organización, ministerio y grupo tiende a seguir su propio propósito, estrategia y gane. El resultado es que tenemos sistemas que compiten unos contra otros por recursos económicos y humanos. En vez de coordinar los esfuerzos hacia una meta en común, nuestras iglesias tienden a disgregarlos en varias direcciones.

 

En muchas iglesias presbiterianas cada ministerio y organización se convierte en una “isla”. Reclutan personal, recaudan sus propios recursos económicos, se plantean metas y estrategias particulares, y establecen una especie de membresía para pertenecer al grupo. En fin, se comportan como una iglesia dentro de la iglesia. En este arreglo, cada quién “atiende su juego”, busca la consecución de sus metas, compite por los recursos humanos y económicos, y disgrega los esfuerzos que bien podrían estar coordinados para lograr un objetivo en común. La Iglesia , en su conjunto, no camina en la misma dirección.

 

Comúnmente, la Escuela Dominical tiene sus propios directivos y propósitos. Existen clases para todas las edades. Pero nunca se nos ha ocurrido trabajar el currículum, los propósitos, la estrategia y demás elementos educativos en coordinación con los otros ministerios y organizaciones que atienden a esos grupos de edades. Por ejemplo, los que ministran a los jóvenes que asisten a la sociedad o ministerio juvenil podrían conjugar esfuerzos con los que ministran a los jóvenes que asisten a la Escuela Dominical con el propósito de avanzar en la misma dirección. De esta manera, en vez de competir o duplicar esfuerzos, estarían cooperando para discipular a la juventud presbiteriana. Lo mismo puede aplicarse al ministerio infantil, femenil, varonil y cualquier otro esfuerzo por alcanzar y edificar al cuerpo de Cristo. Necesitamos dejar de estar aislados en el ministerio y comenzar a conectar los esfuerzos para avanzar en la misma dirección.

 

7. Énfasis en la tradición en vez de la relevancia

 

Para muchos presbiterianos es de suma importancia conservar la tradición ministerial recibida del pasado. De acuerdo con esta mentalidad, lo que se ha hecho en el pasado se vuelve la norma para definir lo que se puede o debe hacer en el ministerio presente. El tiempo y la repetición van dejando la idea de que las prácticas ministeriales tradicionales son necesariamente la única manera aprobada por Dios para realizar el trabajo de la Iglesia. Toda propuesta que atente contra la tradición ministerial del pasado es considerada liberal, peligrosa y fuera del orden presbiteriano.

 

No cabe duda que la tradición es importante porque nos conecta con los santos del pasado, provee el sentido histórico de nuestra identidad y es un freno amigable para nuestras tendencias extremosas. Sin embargo, la tradición simplemente es una manera en la que la Iglesia ministró en un contexto cultural particular, en cierta época de la historia, atendiendo necesidades y personas específicas. No necesariamente es la única manera endosada por Dios para el ministerio.

 

Por lo tanto, es necesario considerar el contexto cultural, social, político y religioso en el que ministramos para determinar cómo la herencia del pasado nos ayuda o nos distrae para servir en las circunstancias actuales. No se trata de rechazar del todo la tradición, sino evaluarla y ajustarla al entorno presente para poder ser relevantes en nuestra cultura.

 

Cómo seremos relevantes con nuestro ministerio femenil, por ejemplo, en una cultura urbana donde las mujeres forman parte activa de la fuerza laboral y tienen horarios tan variados. Cómo alcanzaremos con el evangelio a una juventud que está creciendo en la era del ciberespacio y multimedia. Cómo ministraremos en una época en la que la familia compuesta por papá, mamá e hijos es una especie en extinción. Cómo seremos relevantes a estas nuevas condiciones de ministerio. La tradición es muy buena, pero nunca olvidemos que somos llamados a ministrar relevantemente en un contexto diferente.

 

Los propósitos bíblicos para el ministerio nunca cambian, no obstante, las estrategias específicas para lograrlos pueden variar de cultura en cultura, de lugar en lugar y de época en época.

 

8. Tendencia al trabajo individualista en vez del equipo de trabajo

 

Estamos muy acostumbrados a trabajar individualmente en vez de buscar un equipo de trabajo. Con esto, ignoramos el hecho de que Dios provee a cada iglesia de las personas con los dones necesarios para realizar el ministerio. Las áreas de debilidad en el ministerio de una persona son las áreas de fortaleza de otra. Dios distribuyo así los dones en el cuerpo para que formemos equipo y funcionemos coordinadamente para cumplir nuestro propósito.

 

Es triste ver a personas en la iglesia, inclusive pastores, que quieren hacerlo todo en el ministerio. Ven a los demás como competencia en vez de complemento. Acaparan las posiciones, retienen el control, desplazan a los demás y no entrenan a otros para reemplazarse. Cuando hay dos o más pastores en una iglesia, establecen una jerarquía en vez de trabajar como equipo pastoral. Comienzan los celos y las envidias que acaban por fraccionar a la Iglesia local.

 

Esto tiene que cambiar. Debemos rodearnos de las personas que tengan los dones para ciertas áreas del ministerio, que nosotros carezcamos, para formar equipo con ellas. Debemos dar el lugar a las personas con los dones y no ser de estorbo para el desarrollo de su ministerio, sino de apoyo para que florezcan aun más. Nuestro propósito debe ser llegar a dedicarnos sólo a aquello que nadie pueda hacer mejor que nosotros en el cumplimiento del propósito del cuerpo funcionando como equipo.

 

9. Tendencia al trabajo por puestos en vez de por dones

 

Solemos escoger personas para puestos en el ministerio sin considerar si Dios los ha dotado con lo que necesitan para desempeñar ese cargo. Esta forma de trabajar lo que produce son resultados mediocres, personas frustradas y un ministerio rezagado. La pregunta clave para elegir personas para los puestos es ¿A quién ha dotado Dios en esta comunidad del pacto para desempeñar este cargo?

 

En vez de elegir a las personas para los puestos usando criterios como la popularidad, la facilidad de palabra, el nivel académico o la relación familiar, deberíamos hacer un análisis concienzudo de los dones repartidos en la iglesia para elegir sabiamente. Las personas que trabajan dentro de sus dones son personas eficaces, productivas y llenas de gozo en su cargo ministerial.

 

En algunos casos trabajar por dones en vez de por cargos implica reconocer que quizá tengo el cargo o el puesto pero que no necesariamente tengo los dones. Por lo tanto, debo rodearme de los que tienen los dones para ese ministerio. Lo importante no es que yo destaque, sino que el ministerio avance. Cuando permito que los que tienen los dones trabajen libremente, bajo mi responsabilidad, la iglesia avanza y el ministerio se realiza.

 

10. Tendencia al legalismo en vez de la gracia

 

Lucas 15:1 dice que los pecadores y los publicanos venían a escuchar a Jesús. Aquellos que eran lo peor de lo peor en los tiempos de Jesús, se sentían atraídos por él. Cristo es atrayente e irresistible. Me pregunto por qué “lo peor de lo peor” de nuestras comunidades no se sienten atraídos a escuchar de él en nuestras iglesias. Quizá sea porque nos hemos vuelto una especie de fariseos modernos que rechazamos con nuestras palabras, acciones y actitudes a los que se sentirían atraídos por las buenas noticias del evangelio.

 

De muchas maneras hemos sustituido el mensaje de la gracia de Dios en Cristo por un mensaje humano, lleno de requisitos y reglas para que Dios nos acepte. Esta tendencia se ve reflejada de varias maneras. Por ejemplo, en las diversas reglas que implantamos para tener acceso a las instalaciones. En algunos lugares se ponen letreros que indican qué tipo de ropa usar, qué tan largo debe estar el cabello o quiénes no son bienvenidos a las reuniones. Las canchas deportivas de nuestras iglesias sólo pueden ser usadas por personas “dignas” de la santidad del lugar. Todas estas actitudes farisaicas ahuyentan a los necesitados espiritualmente.

 

La tendencia también se refleja en la enseñanza y la predicación sistemática de nuestras iglesias. Muchas predicaciones se reducen a una serie de reglas que tenemos que cumplir para ser aceptados por Dios. Aunque predicamos la salvación por gracia, con nuestros mensajes cotidianos, pareciera que la gracia es algo que uno se gana a base de esfuerzo. En vez de eso, debemos predicar el evangelio de la gracia de Dios que dice que somos peores de lo que pensamos, pero que Dios nos ama en Cristo más de lo que imaginamos. Por su gracia somos salvos y vivimos cada instante la vida cristiana. No obedecemos para ser hijos, sino porque Dios ya nos ha aceptado en Cristo como hijos es que deseamos agradar ahora a nuestro Padre.

 

Cuando la gracia es predicada y vivida en una iglesia, los pecadores comienzan a acercarse porque escuchan las buenas noticias. La gente empieza a comprender que no necesita arreglar primero su vida para poder acercase a Dios, sino que puede venir tal y como está, pues Dios nos ama tanto que nos recibe como estamos para transformarnos, por gracia, a la imagen de su hijo Jesucristo.

 

Conclusión

 

Tenemos un desafío muy grande, pero no debemos amedrentarnos. Como Presbiterianos, somos herederos de una gran riqueza histórica, teológica y ministerial. Seamos una “Iglesia reformada siempre reformándose”. Cambiemos los énfasis y tendencias que necesitemos modificar para cumplir con nuestra misión. Como Iglesia, somos la estrategia de Dios para alcanzar al mundo.

 
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